jueves, 17 de noviembre de 2011

Génesis y Apocalipsis

Durante el tránsito infinito del universo, al final del último y largo invierno, se ha incorporado al concierto de la evolución una especie más, la humana. En el amanecer de la historia del hombre, con los primeros rayos del sol, un pequeño grupo se prepara para reiniciar el camino siguiendo las grandes manadas de animales.



Por toda la piel de la tierra, desde aquellos días en donde los incipientes grupos humanos se atrevieron a incursionar por primera vez en el territorio que actualmente es México, nos dejaron las huellas de su andar, de su presencia, algunas veces con fuerza, otras imperceptibles.



Miles de rostros y marcas grabados en objetos, casas, mitos, leyendas y tradiciones, vestidos, pintura y cerámica serán repartidos por la tierra: millones de testimonios de la grandeza del hombre, que en su continuo transitar, éste destruirá y construirá lo que actualmente somos, un México plural, rico y contrastante en grupos humanos. Hablar de nuestro patrimonio cultural implica referirnos a nuestras raíces, nuestra memoria histórica, la capacidad creadora, lo bello, lo malo, todos los aspectos del conocimiento y de la personalidad de la gente actuando; de una magnitud tal que nunca alcanzaremos a conocer en su totalidad; de una diversidad que jamás terminaremos de estudiar; de una maravillosa creación realizada con todos los sentidos, que a uno le entra por los poros y se absorbe en los huesos.



México, país con un pasado milenario y un importante patrimonio arqueológico e histórico, se enfrenta al enorme reto de frenar su deterioro y conservar tan grande legado; sin embargo, la tarea no es tan simple como podría pensarse, debido a la complejidad del proceso y a la titánica labor por realizar.




Por ello, al escribir sobre el patrimonio cultural de México y su proceso de deterioro será necesario poner a la luz la esencia misma de la existencia humana: la vida y la muerte, dos fuerzas que en cotidiana coexistencia van indisolublemente tomadas de la mano.




El hombre va modificando su entorno algunas veces con un profundo respeto, y otras transformando valles en desierto y ciudades en ruinas. Fuerza creadora que al conjugarse con la naturaleza va tomando los elementos útiles en su cotidiana existencia y al mismo tiempo plasmando con ellos gran parte de sus obras en el mágico rostro de la tierra.




Fuerza definida por todo aquello que ve, toca, huele, siente y lo rodea: mares y montañas, árboles, plantas, animales e insectos, días y noches, soles y lunas, viento y rayo. Juego permanente de evolución en donde la tierra y el hombre marcan y son marcados.




La piel de nuestra tierra presenta diferentes paisajes de un tramo corto a otro, formando un contraste particularmente variado y sorprendente de niebla y humedad, tormentas y huracanes con un régimen de lluvias violentas y tempestuosas; desiertos y dunas; mares, lagunas o plácidos manglares (refugio de vida y de recuerdos), vegetaciones en algunos casos exuberantes que envuelven entre sus piernas y brazos edificios en la selva, coexistiendo en una lucha de sobrevivencia lo humano y lo natural. Ésa es la piel de nuestra tierra, escenario en donde el hombre aprendió de ella sus secretos y siguió sus consejos……….y con el tiempo, su memoria tristemente la ha olvidado. Cómo definir el tiempo si sólo es un breve respiro de la vida; en él hemos crecido, nos hemos multiplicado. Sin embargo, en cada nuevo ciclo son cometidos los mismos errores, se redescubre lo perdido, espacio donde pueblos enteros pensaron en sus momentos de esplendor que vivirían eternamente; el tiempo se ha encargado de decirles lo contrario, de borrar sus pasos. Sutil humedad dejada con su aliento en el cristal de la vida. El tiempo inexistente no perdona, aunque en algunos casos el hombre lo ha olvidado. Un efímero momento que recuerda el instante de nacer y de morir, de sembrar y cosechar, de humedades y sequias. Implacable, cobrará segundo por segundo el costo de la existencia humana, permitirá crecer los montes en ciudades, la hierba en piedra y desmoronará grano a grano las sólidas paredes, convirtiendo la tierra en vida y la vida en polvo. Edificios y ciudades aceptan el paso del tiempo, asumen su vejez y se dejan morir. La humedad, agua que se trasmina, provoca la continua germinación de árboles de caoba, cedro, palo de tinte y chicozapote que pueblan la vigorosa selva. Ramas que fracturan, penetran y sin consentimiento rompen el muro y la bóveda en busca de la claridad. Vástagos de raíces que se dispersan, presionan, abren y destruyen. Soberbia fuerza natural que se impone sobre una cultura milenaria.




La historia del hombre y la del universo es igual a la lucha permanente de vida y muerte que sostienen el día y la noche, la luz y la oscuridad, el sol y la luna en su incesante transcurrir; en ella, uno y otro se complementan, uno y otro son su propia razón de ser. No existe hombre sin fuego, agua, tierra y viento al igual que no hay creación sin destrucción, sin transformación.




Tres son los grandes factores que se conjugan en la destrucción y renovación del patrimonio cultural, sus principales actores, elementos fundamentales de esa escena: el hombre, la naturaleza y el tiempo. Historia eterna desde que el hombre solitario caminó por el mundo sorteando los peligros; ser social por naturaleza, se relacionó con sus semejantes para asegurar su vida ante el embate de los peligros del mundo; se comunicó con ellos a través de sonidos y señales y acumuló experiencias que compartió e intercambió con otros; al paso de los años se especializó y perfeccionó destacando por alguna de sus cualidades: fuerza, inteligencia, velocidad o destreza; con el tiempo descubriría aldeas, pueblos y ciudades, y más tarde, nuevos mundos.




Hombres que enriquecen al hombre, individuos que se comunican, piensan y se transforman creando la música, danza, mitos y leyendas, tradiciones y arte; seres que gozan de la vida y la comparten. Paralelamente los acompañan la guerra, la música antes de la batalla, la danza de la victoria, la tradición de matar y desollar, de recoger tributos y decidir el destino de los otros; ellos, los grandes señores de la vida y de la muerte, forman parte de la existencia misma del hombre dinámico y contradictorio, en continua evolución y transformación; este hombre insatisfecho, eternamente sediento, va actuando en el tiempo, dejando huella en su diminuta existencia universal.




Algunas de las más bellas ciudades del mundo se han edificado sobre otras de igual belleza; diversos grupos humanos han desaparecido; han surgido nuevos conocimientos y al unísono, hemos ido olvidando los valores más sencillos e importantes de la vida. Nuestra calle y nuestra ciudad se transforman día con día, al igual que en nuestra casa han quedado atrás retratos de familia, viejos cuadros, muebles, muñecas y caballitos de madera; se incorporan la computadora, el video, el horno de microondas, ya sin las viejas recetas de cocina de la abuela. En fin, el continuo cambio y la cotidiana transformación. No es sino hasta cierto día en que cansados nos tomamos un rato de reposo y hacemos el resumen de nuestra vida al sacar del armario los recuerdos, las cartas y fotografías, cuando nos damos cuenta de cuánto hemos cambiado. En el camino se nos han quedado muchas cosas, algunas de ellas importantes, las palabras, las caricias, la ternura. Sólo en ese momento nos invade la nostalgia de recuperar el tiempo, nuestros pasos, al saber que sin querer lo perdemos día con día.




La tarea de conservar nuestro pasado empieza por la casa, depurando, seleccionando, guardando, conservando y manteniendo vivo todo aquello que consideramos importante, incorporando, de la misma forma, los elementos más valiosos para nuestra vida.




Letargo, viene el trabajo, llega la rutina; yo diría que el hombre a veces permanece en un sueño plácido, sin memoria, que le impide actuar con vitalidad, con entusiasmo; así es como el tiempo cae, el patrimonio se olvida, se descobija.




Oscurece y el día de hoy se ha perdido, un cuadro está dañado, una casa ha sido derrumbada, una zona arqueológica fue saqueada, una lengua se ha olvidado, y la luna nuevamente ha vencido al sol, cubriéndolo, igual que a los hombres, con el manto de la noche. Hoy ha terminado una larga jornada que no debemos olvidar pues, al amanecer, con los primeros destellos de luz, el hombre habrá de reiniciar la titánica labor por salvaguardar su herencia cultural.




Las importantes pérdidas cotidianas van siendo sustituidas, en el transcurrir del tiempo, con nuevos productos de la creación humana; todos los días algo muere, se pierde; algo nace, se crea. Decidir que se deja y que continúa es la tarea más difícil, pues en ello se está jugando el futuro del hombre.