sábado, 7 de febrero de 2009

Las primeras horas de la noche. Apoyada en la barra de un bar recorriò con la mirada el lugar, las horas que quedaban se veìan venir mucho mejores.

Una copa màs, el subidòn de alcohol recorrièndole las venas hasta llegar al cerebro: descubriò una dulce mirada, luego ese primer beso tìmido y, tras caricias en las manos e indirectas que trataban de ser directas aceptò la proposiciòn de culminar la velada en su apartamento.

Asì pues, se encontraban en el ascensor de cèntrico edificio. Quizàs no venga a cuento decir que no era una noche despejada, ni del todo estrellada, era una noche de luna llena y, quizàs por culpa de esa luna de la cual surgen diversas leyendas, el instinto masculino, ayudado por la complicidad que nos aporta el alcohol se apoderò del Dr. Sullivan cuando aquella mujer, con cara de àngel, le regalò sus ojos en una aparentemente interminable mirada y atacò con sus labios como inofensivas pero contundentes armas. Ella, llena de pasiòn como esa niña que espera ansiosa a que se pueda abrir la caja de bombones, le rodeò el cuello con sus brazos y correspondiò de la misma forma apoderada de su instinto femenino, en un beso cuyo objetivo era el placer.

Sus manos iban màs ràpidas de lo que su mente podìa prever, pero el ascensor se detuvo como en algùn momento era de esperar y como atemorizados o respetuosos ante el murmullo que se oìa no muy lejos, bajaron la guardia por unos instantes. El se acomodò la corbata y su chaqueta de Armani y ella intentò revestir su blusa blanca y tratò de bajarse un poco su falda a cuadros de Chanel tras recoger del suelo la chaqueta y el bolso de los cuales habìa renegado segundos antes como fruto de la pasiòn.

Habìa sido una falsa alarma, los murmullos provenìan de la segunda planta, ellos estaban en la tercera pero ya daba igual. El dijo un chiste para calmar un poco los nervios y ella con una ligera sonrisa pareciò aceptarlo de buen agrado, aunque su mirada se desviaba hacia la llave que daba vueltas en la cerradura.

Tan pronto el abriò la puerta y avanzò los primeros metros de su elegante apartamento, ella se abalanzò sobre èl con un enorme beso rodeàndole el cuello con sus brazos, cerrò la puerta con el pie y lo arrastrò con ella los metros que los separaban del sofà de cuero en el cual cayeron los dos culminando un agradable beso. Mientras seguìan besàndose, calentamiento previo al partido que iban a disputar, se iban despojando de sus ropas en un alarde de pasiòn y ella empezò a crear un pequeño conflicto en su cabeza: no podìa continuar, tenìa que detener la situaciòn o el plan se iba al garete, estaba en la situaciòn idònea, un minuto màs y todo se irìa al traste. Pero empezaba a gustarle demasiado aquello y deseaba continuar, sus hormonas empezaban a encontrarse en plena madurez y estallaban en un coctel embriagador. Llegado a ese punto tomò la decisiòn, asì pues aprovechò un momento en el cual estando entre el sofà y su pretendido, que se entretenìa ahora besàndole los senos, ella estirò el brazo lo màs disimuladamente que pudo y tras alcanzar su revòlver en el interior del bolso con su brazo derecho, el ùnico disponible en ese momento, apuntò a la sien del doctor y no dudò en asestarle un par de tiros.

Le costó más de la cuenta quitarse el cadáver de encima, no se acostumbraba a un cuerpo tan débil. Aún así logró evadirse. Se levantó semidesnuda y al contemplar su silencioso alrededor, no pudo evitar contemplarse a si misma en un espejo que colgaba de la pared. “Soy tan guapa y estoy tan buena que hasta yo me enamoraría de mi misma” se decía para si misma mientras sonreía vagamente. Miró hacia el suelo y al contemplar el cadáver ensangrentado entre el sofá de cuero y una mesa de cristal se entristeció un poco, le estaba gustando la experiencia de disfrutar del amor siendo mujer.

Se dirigió por el oscuro pasillo hacia la primera habitación que había a mano derecha y entró, en su mente sonaban las palabras de su abuelo responsable de su crianza y quien tras rezar el rosario cada tarde abusaba de su hermana, una hermosa adolescente frente a el…………..”Las mujercitas no deben oler a sexo, no deben permitir que mozalbetes apoyen sus cuerpos contra ellas en el bus……..” volvía a sentir nauseas la higiene era muy importante por eso lavarse las manos con jabón no bastaba había que usar desinfectante y eliminar de sus labios todo rastro de olor………….

Volvió sobre sus pasos a registrar el lugar, necesitaba encontrar los documentos para culminar su trabajo, pero solo necesitó abrir un expediente. La cosa iba bien puesto que iba según el tiempo previsto. Regresó a la salita y se volvió a vestir mientras contemplaba el cuerpo sin vida del doctor. Tras ello salió por la puerta en medio de sollozos de debilidad y se dirigió al parque donde había dejado su coche y su ropa.

La luna iluminaba el camino mientras sus zapatos sonaban solitarios, se detuvo en una pequeña fuente con la figura de una madre con un jarrón, dando de beber a lo que se suponía, era su hijo. Abrió su bolso y extrajo una caja en la cual tenía una píldora. Se la tragó con dos sorbos de agua y se dirigió al coche, donde cambiaría de ropa y de vida, mientras notaba como sus hormonas iban cambiando otra vez y que esa tristeza femenina de haber perdido un amor, se iba convirtiendo en alegría masculina por el trabajo bien hecho.